La Segunda Cruzada fue una destacada campaña militar, con motivaciones religiosas, de las tantas que ocurrieron durante el desarrollo de la Edad Media.
Aunque se puede decir que esta empresa no salió del todo bien para los cristianos occidentales, todas las cruzadas proclamadas directamente por decreto papal causaron grandes cambios en todo el continente.
La Segunda Cruzada trajo consigo elementos cuanto menos curiosos, por ejemplo, la participación de varios reyes y nobles que, para la época, no solían hacerse partidarios de las luchas meramente eclesiásticas. Estos, sin embargo, fueron reducidos ante los frentes musulmanes.
Navega con nosotros en este interesante recorrido medieval a través de los siglos VII y VII.
Orígenes o Causas de la Segunda Cruzada.
Primero que nada, es importante que nos metamos en un pequeño contexto histórico.
Una vez finalizada la Primera Cruzada, quedaron establecidos cuatro estados cruzados, en lo que vendría siendo las Tierras Santas de Oriente.
Los estados Cruzados en oriente eran: El Condado de Edesa, El Principado de Antioquía, El Reino de Jerusalén y muy posteriormente el Condado de Trípoli.
El Condado de Edesa entonces es el primero en ser conformado, pero al estar rodeado por territorio musulmán y ser el menos poblado de los 4, terminó por ser el primero en caer completamente el 24 de diciembre de 1144.
Es un año después que las noticias terminan por llegar a la Santa Sede, precedida por el papa Eugenio III, la bula papal conocida como “Quantum praedecessores”, llama entonces a la Segunda cruzada, con el objetivo principal de retomar el Condado de Edesa.
El Rey Luis VII de Francia comunica su participación en 1146 y el papa refuerza la prédica de la misma en todos los confines de Francia, bajo la premisa de su predecesora, la cruzada prometía las tan anheladas indulgencias plenarias. Todo aquel que participara tenía ganado el perdón absoluto de sus pecados, por la iglesia católica.
Las prédicas no se detuvieron únicamente en Francia, pues ya adentrado en Alemania, Bernardo de Claraval, predica al emperador del imperio Romano Germánico Conrrado III, quien decide marchar en la cruzada, al igual que los franceses, en 1146 (Aunque por separado).
Resumen de la Segunda Cruzada
Las tropas cruzadas marcharon por dos contingentes separados. Por lo que, inicialmente, podemos dividir la historia de la Segunda cruzada en dos fases que pasaban en Paralelo:
La Cruzada alemana:
Conrado III por su parte, decidió seguir la ruta de la Primera Cruzada a través de río Rin. A pesar de que las relaciones políticas con el reino de Hungría no estaban en su mejor momento, el paso por estas tierras no dio mayor problema.
Llegados ya al territorio bizantino se generaron varias tenciones. Esto fue algo normal, considerando el contendiente de más de 20.000 hombres que se dirigían a nombre de un noble.
Finalmente, estas tenciones no pasaron de disputas menores y Manuel I guía estratégicamente a Conrado y sus hombres hasta su llegada a Constantinopla el 10 de septiembre de 1147. Su llegada no fue honorifica ni mucho menos, los caballeros cruzados fueron invitados a cruzar rápidamente el Bósforo hacia Anatolia.
Ya adentrados en Asia Menor, Conrado decide en Nicea dividir en dos sus ejércitos, e ignorando la premisa papal de unirse con el contingente francés, marcha rumbo a Iconio.
Este error le costaría muy a caro a los alemanes, puesto que los selyúcidas emboscan a Conrado y masacran a sus ejércitos el 25 de octubre de 1147. Logrando la retirada de su regente, un diezmado contingente intenta retirarse nuevamente a Constantinopla, pero la carnicería continúa traducida en emboscadas constantes por parte de los turcos.
Finalmente, para materializar la tragedia y el fin de la presencia alemana en la segunda cruzada, el segundo contingente que se dirigía por las costas, encabezada por Otto de Freising, cayó masacrado igualmente en 1148.
Solo Conrado y un pequeño ejército logró sobrevivir a esta fase, aun preliminar de la cruzada.
La Cruzada Francesa:
Los Cruzados franceses no partieron en mayo como sus similares alemanes, sino que inician su marcha a mediados de junio desde Metz.
Uniendo contingentes nobles y cruzados, la marcha de Luis VII fue bastante fructífera y logró reunir un considerable ejército. Siguiendo la ruta que había tomado anteriormente Conrado, aunque, a diferencia de este, su paso por Hungría no fue tan placentero.
Ya en territorio bizantino la situación había mejorado mucho, las tropas que representaba a Saboya, Auvernia y Monferrato se unen a Luis en su llegada a Constantinopla, donde son muy bien recibidos por Manuel.
A pesar de esto, el emperador bizantino decide no ayudar esta vez a los cruzados en su marcha, otro punto clave en que se diferencia esta cruzada de la anterior.
Una vez atravesado el Bósforo, el contingente de Luis esperaba encontrarse con las tropas de Conrado, listas y triunfantes, por los rumores de sus batallas contra los turcos. Para su sorpresa, se consiguen en Nicea con Conrado y los pocos restos de sus tropas, quienes se unen nuevamente a la marcha.
Siguiendo la ruta de las costas como el segundo contingente alemán, Luis marchó en busca de los ejércitos de Otto de Freising, para su sorpresa estos ya habían caído.
Los turcos no desaprovecharon la oportunidad de atacar y Luis junto con sus tropas terminan por ser divididos de la vanguardia.
Este convoca a las flotas de Adalia para llegar rápidamente hasta Antioquía, pero luego de mucho esperar los barcos no fueron suficientes. Luis embarca junto con sus hombres, dejando atrás a su ejército, que terminó por ser diezmado sistemáticamente.
Jerusalén y el sitio de Damasco
El 19 de marzo arriba Luis VII a Antioquía, junto con los restos diezmados de tropas divididas que, poco a poco, sobrevivientes por milagro o por determinación de acero, se unían para seguir su contienda.
Su estancia fue muy corta, ya que Luis parte rumbo a Trípoli, decidido a no seguir sumando conquistas a su marcha, sino terminar directamente su peregrinaje a Jerusalén.
Ya en Jerusalén muchos grandes líderes juntos entran en consejo para decidir cuál sería su participación entonces. Deciden finalmente atacar la ciudad de Damasco, objetivo principal de los cruzados para entonces. Aunque esta tarea en sí misma fue muy discutida, por lo imposible que para entonces parecía alcanzarla.
El 24 de julio de 1148 llegan las tropas cerca de la ciudad de Damasco, la cual, previniendo el ataque, contacta a los líderes locales para que vayan en su ayuda. Los cruzados, apostados en al-Mizza, contaban con un buen suministro de agua y alimentos gracias a la huerta que se disponían a los alrededores.
La batalla hasta este punto se centró en varias escaramuzas de toma y retirada contra los musulmanes por el control del aprovisionamiento.
Los ejércitos francos y lo que quedaba de los alemanes resistieron bastante buen el control del territorio y obligaron a los soldados de Damasco a refugiarse más de una vez detrás de las murallas.
No sin enfrentarse a conflictos internos por ver quién se quedaría con la ciudad de ser conquistada.
Antes de que el sitio de la ciudad se cristalizara, los refuerzos musulmanes llegaron, obligando a las tropas cruzadas a replantear su estrategia.
Bajo consejo deciden rodear la ciudad para obtener mejor avance por las llanuras, lo que fue un gran error. Las tropas de Damasco, ahora con ventaja de terreno, apaleaban a los cruzados, quienes intentaron regresar a su posición anterior, para encontrarse con que ya habían sido ocupados por los musulmanes.
Fin de la segunda cruzada:
Rodeados y claramente superados por las tropas de caballería musulmana, los ejércitos francos deciden retirarse a sabiendas de que un gran contingente dirigido por Nur al-Din se aproximaba hacia ellos. La retirada no fue cosa fácil, puesto que muchos cruzados murieron, hostigados por los ahora perseguidores musulmanes.
Ya para mediados de agosto, lo que quedó de los ejércitos francos se hallaban en retirada rumbo a Jerusalén y se dio por terminada la Segunda Cruzada.
Consecuencias de la Segunda Cruzada:
Las consecuencias de la segunda cruzada fueron devastadoras para los cristianos.
El frente musulmán vio renovada sus fuerzas junto con esta victoria y fortaleció con el devenir de los años su avance en la Tierra Santa. Para los cristianos, por el contrario, su derrota les hizo perder la fe de los habitantes de Damasco y posteriormente de todo el Condado, quienes terminarían por abandonar el cristianismo.
Por otro lado, la falta de apoyo del imperio bizantino provocaría que la asistencia en futuras crisis por parte de occidente fuera muy poca. A causa de la excitación musulmana producto de su relativamente reciente victoria, iniciaría la serie de acontecimientos que llevaría a la caída de Jerusalén a manos de Saladino el Grande en 1187.
Para entonces, la marcha musulmana no cedió y Saladino, comandando todo el territorio de Egipto y Siria, termina por tomar lo que antes fue el territorio cruzado.